jueves, 4 de julio de 2013

Algunos sueños locos

  • -Algunos fragmentos de sueños ruedan, de aquí para allá, colgándose de las lámparas y aterrizando en las mesitas de café. En los sillones, sin prestar atención, nos acumulamos las palabras en discursos que terminan en besos y abrazos. Los sueños se introducen en el azúcar y salen más dulces que nunca, salen marrones y borrachos del café; Nos reímos locamente mirándonos y viendo las gotas de café que se estrujan contra un mantel y las lámparas que caen por el peso de los sueños y la luz que ellos dan. Se nos entrecruzan las risas y las miradas, confluyendo en que el café sea más fuerte, el frío más leve, el tiempo más bello...

    - Por las tejas se escapaba el alcalde de cierto pueblo perdido, de casas de barro y mucho sol. Había cometido un par de fraudes modernos, cosas de dinero y algunas tretas clandestinas que nada gustaron al pueblo perdido. Dicho alcalde, con su respectivo bastón, corría escandalizado dando saltos a los puntos más sólidos que, a ojo, podía detectar. Dos sujetos lo corrían desde atrás, de buen porte y ropa en harapos  Lo corrieron hasta verlo fallar en un punto flojo y caer, sin más, al fuego candente de una sopa. Los dos harapientos y felices muchachos, volvieron caminando por entre los techos, satisfechos de su labor. No iban solos, dicho sea de paso, sino que llevaban en sus bolsillos pequeñas pertenencias de todos los habitantes del paraje: en una asamblea, cada uno había depositado en bolsas algún pedido suyo, alguna queja hecha notita o dibujo; no querían que sus enojos sean olvidados a la hora de hacer justicia. 

martes, 27 de marzo de 2012

Guerra fría

Las puertas del lugar se abrieron de par en par, dando paso a la luz fuerte de las cuatro, a una ventisca que sacudió los formularios de la mesa más próxima donde se encontraba Sofía sentada. Pero no fue esa luz la que le molestó, es decir, no fue sólo la luz y el viento lo que le molestó al abrirse la puerta a las 04:05 de aquella primavera casi verano que a todos encontraba sumidos bajo el calor y la humedad. Le molestó no darse cuenta antes, la primera vez, de que algo de nuevo había.
Hernán bajó al depósito sin fijarse en ella, saludó apenas al entrar con la sonrisa que da a cualquiera, al viento, pero no la vio, nunca la veía y no era la primera vez que iba a pasar que ella bajaría para hacerle saber que Natalia había llamado. Nada le molestaba más que lo llamaran al trabajo, sólo el hecho de que fuera Natalia quien llamaba era lo que le molestaba y se lo dejaba bien claro cuando bajaba con los formularios de correo y los sobres papel madera bajo el brazo. después subía y esperaba a que Hernán llegase con las mangas de la camisa arremangadas y los sobres ya sellados según orden del gerente González. Como era de esperar en un día apenas atípico como el de hoy, en el cual la luz de las cuatro había dado lugar a la lluvia de las cinco, Hernán no subió y los sobres no se despacharon esa tarde.
La guerra, su guerra fría y sin nombre se había hecho habitual. La cosa era ganar terreno, con cada pelea en el depósito nacía una incontrolable guerra de territorio donde el invasor era agredido por el invadido con una legión de tareas autorizadas por González, (Tareas nunca autorizadas, ya que lavar los vidrios de la camioneta donde se repartían las cartas usando sobres viejos eran tareas inusuales para un encargado de depósito o una secretaria). Las luchas se habían vuelto cada vez más sangrientas, con ese sadismo frío al que se acostumbraron luego de saberse distantes, de saberse únicos pájaros volando en distintos cielos, separados por una pared de parálisis que les helaba la sangre en el momento en que el otro se hacía presente, y en ese momento, casi como en una ensoñación, volvía a llamar Natalia y el tiempo volvía a correr, más en sus ojos que en el resto de los relojes. Vivían a menudo esos encontronazos fugaces en el depósito mientras Damián tomaba mate y, distraído, los dejaba de mirar unos segundos dando lugar a la complicidad que sólo ellos sabían viva aún, más allá de lo que Natalia sabía, más allá de lo que Damián y el mismo Hernán imaginaban.
Las tardes con Natalia en la galería se habían vuelto rutinarias y aburridas desde hacía ya varios años y sólo por eso se ofrecía cada vez a entrar a la casa y rellenar los vasos, cambiar la yerba, y tantas otras tareas que Natalia ilusamente comprendía como actos nacidos de la atención de su querido el cual estaría siempre a su lado. Sólo por eso, pensaba Hernán, pero también estaban los actos anteriores, el dejar caer los líquidos torpemente en el pantalón, mover la bombilla mientras hablaba y miraba distraídamente a un cielo que se oscurecía más lento de lo que deseaba, es que adentro se hacía la hora de dormir, y después de dormir estaba el correo y allí la distracción, la vuelta a los sueños, allí estaban Sofía y su pelo y sus ojos y sus zapatos que hacían crujir horriblemente los escalones de madera precolombina que se caía a pedazos y estaba ella en conjunto, como la suma de todos sus componentes y todas las relaciones y reacciones que pueden existir entre ellos, por que sólos eran mucho, pero su conjunto sumaba a Sofía, y Sofía era tanto más que mucho, era sonrisa y agua calma, era la mirada penetrante y burlona, en su rara combinación era ella en todo el esplendor de diosa griega, de Afrodita cargada de sobres y formularios certificados para alguna defunción o algún trámite burocrático a la capital, era ella en flor . Afuera esas cosas no pasaban, el tiempo no pasaba, la desesperación controlada, pero pasaban otras tantas que no quería comprender, las manos de Natalia dormidas en las suyas, las suyas siempre frías, distantes. Natalia estaba afuera, no era Sofía y con ella se iba todo lo griego, todo lo magnífico y total, todo lo grande, imponente.
Ya hacía un año de esta guerra con Sofía, de la galería fresca y aburrida, mirando a la nada de una construcción que a las siete les tapaba el sol, de los formularios pegados en las paredes escondidas de la agencia, lugares que sólo ellos sabían y donde solían dejarse mensajes, deshoras en algún bar de la callecita principal al que no iban a asistir, por que era demasiado, había sido demasiado, ya un año de paredes el su cielo, ese cielo de piel llamado Sofía, esa cárcel, ese barro que lo agotaba tanto por las noches antes de dormir, de despertar, del café y de Sofía bajando los escalones con formularios, un año (o más) de Natalia con toda su ternura llamando para hacerle notar que había dejado las llaves, claro, ella no entendía.
La resolución, sabía, no iba a ser fácil, se sentía colmado por las ganas, con los ojos abiertos estudiando cada uno de los movimientos de su esposa, esperando el momento oportuno, esperando que llegase lo que él suponía destino, lo que él no quería forzar, no tenía las suficientes fuerzas, más allá de la corteza que lo doblegaba había una fiera, pero la corteza había resistido un año, y podía soportar más, era un árbol de raíces putrefactas, con barro dentro, con malezas, pero con un escudo humano que lo mantenía sereno en su lugar, en su sitio en la galería, en la oficina. Por adentro no sólo era barro, sepamos que este barro fue tierra, llenandose de a poco de sueños sádicos, maléficos, esperanzas horrendas y sueños con un cuchillo, una mesa envuelta en papel, pero la mesa contiene algo más (y algo más todavía para quien sostiene el cuchillo), la mesa contiene otro futuro, contiene un destino y no sabe qué hacer, el sueño termina y él llora, llora por no poder cumplirlo, llora por no saber quién está en esa mesa, quién será la víctima que sangre por el pecho cuando el cuchillo descanse, tantas cosas que no sabía de su sueño, de su destino que no era suyo sino de alguien más. No lloraba para los demás, es evidente. Esa desnudez de saberse visto por alguien, de saberse compartido en sus secretos, de saberse desnudo ante quien tiene las cartas que a él le faltan en su mano, que tuvo alguna vez pero dejó ir lo convertían en un muro respondiendo a otro muro, pero su herida sangraba por dentro y ese llanto iba haciendo barro en su interior, profundizando el terror de sentirse solo, de no poder cumplir con su vida, de tener una corteza, de ser un árbol.
Sofía no era así. Siempre decidida, con la mirada altiva, campante a la vez, pensativa y seria, pero cuando sonreía, (él lo sabía más que nadie) quemaba entrañas en una belleza poco vista, belleza sin intenciones, sin sentido, una belleza de locura, algo desconocido para los muchos que mueren sin ver a su Sofía sonreír, digo ''su'' por que él sabía que Sofía lo quería a él, y ella se conocía lo suficiente (más de lo que a veces deseaba) para saberse siempre dispuesta a él, a sus juegos, a su crueldad de ilusión, de encrucijada. Fuera de esto único, de esta belleza a la que pocas palabras se le acercan y rozan su pelo cuando camina bajando los escalones con los zapatos que hacen crujir las maderas y los oídos de Damián que se quejaba y se iba dejando lugar a que la bella se encontrase con Hernán, Hernán indeciso, con los ojos en los suyos pero siempre un poco más bajos, queriendo ocultarse detrás de la corteza que lo protegía de nada, de su futuro, él sabía que esta realidad era un defecto del tiempo y no tardaría en pasar y por eso se ocultaba, con la mirada baja, los pies cruzados y las manos detrás de la espalda, simulando el temblor.
No hubo mucho trabajo esa tarde, los sobres no se habían despachado, no se despacharían y el rincón de los mensajes inútiles estaba vacío, ambos tenían planes esa noche. Sin saberlo cada uno, sin verse sobre un tablero que ambos jugaban con cartas similares, cartas en un tablero de ajedrez, su locura vivaz, su encuentro, ella se posaba en los espacios negros, él en los blancos, sin reyes ni alfiles ni aliados en su guerra desafiando esta irregularidad del tiempo llamada realidad, llamada hoy, ahora, ellos viéndose ahí y jugando sin saber, en su guerra la ruleta rusa no funciona, mas en los casilleros blancos, sin saber que esperar en su corteza, en sus sueños de muerte y salvación.
Obsesivo, Hernán, había planeado todo antes de que suceda, había calculado cada una de lass variantes y posibilidades y le había encontrado solución a cada una de ellas, saliendo assí triunfante, acabando esa guerra mientras se aparecía en su casa tocando dos veces el timbre y esperando en la vereda por lo que denominaba timidez, verse allí, inherte, cuando ella abriera la puerta, la rosa deslizándose hasta acariciar su mejilla con un pétalo rojo, la espina evitada, el silencio complice, el beso final que cerraría para siempre el tablero de piezas gastadas y vacías.
La casa estaba vacía. Sin embargo el se imaginaba a Sofía desde un rincón de la ventana, observandolo estar solo, triste, sin expresión en el rostro, dejando que la rosa cayera.
Cuando llego a su casa, el picaporte seguía caliente. Un día atípico, el desencuentro, entrar y ver la mesa, el cuchillo, la liberación, la limpieza del barro y el cese de la lluvia. Ver arriba de la mesa, con los bordes manchados y humedecidos por el rojo brillante, un sobre de papel madera con un formulario de envío a Buenos Aires.

lunes, 29 de agosto de 2011

El sol

Crepitaban las hojas casi multicolores cuando sus pies las pisaban, aplastándolas para escuchar ese grito histérico de ayuda. Buscaba las hojas mas grandes, queriendo así llenar su silencio vacío de recuerdos y de sentidos. Pero no todo era silencio, llenaba el espacio con palabras huecas e inútiles, tan solo para saber como era su voz, como se escuchaba., ya que siempre se había ocultado lo importante para sus adentros, llenándose de sentimientos de toda índole que ni siquiera a un espejo se atrevía a confesar. No eran sentimientos impuros, quizás tampoco no correspondidos, eran sólo sensaciones que nunca se había atrevido a expresar. Por miedo quizás (el mundo le causaba pavor, la gente lo acobardaba y por eso pasaba los días en su habitación, al fondo de la casa, donde podía refugiarse y convivir consigo mismo, con sus hojas, con su silencio y así permanecer vivo, aunque sea para la inmensidad de esas cuatro paredes. Pero había algo más en su cabeza, algo trascendente y a la vez final.
"- ¿Por qué habría de ir? Nadie me espera." se decía en voz baja apenas salía de ese colchón de hojas que se extendía por una cuadra, quizás dos.
Siempre había sido inseguro, desconfiando de todo ajeno, y sobre sus miedos y pesares bajaba una catarata de barro que lo llenaba poco a poco, contaminando el poco aire que aún tenía.
-¿Qué sentido tiene? Se reprochaba paso a paso.
Mientras el día oscuro se alzaba sobre su semblante, el viento removía sus pocos cabellos.
-No, no tiene ningún sentido. Se repetía.
Faltaba tiempo para llegar. ¿Quién sabría cuánto?
El día seguía frío y sólo llevaba consigo un abrigo suave y una bufanda.
Se extendía la calle a lo lejos, oscura también a pesar de ser no más de las seis y estar los faroles prendidos.
Cuando comenzó la lluvia (algunas gotas caían aisladas) se decidió a volver, justificando hacia sus adentros que el clima, que nadie lo esperaba, que la luna no saldría, ni se verían las estrellas ¿Qué caso tendría caminar hacia el horizonte entonces? Allí, en el horizonte, donde el cielo era más claro. Pero su interior, su centro blanco y vacío y lleno a la vez no le daba opción. En él sólo había sonrisa, y ojos. De una persona nada más.
Tal era la fuerza de esos ojos que se obligó a sí mismo a seguir, dando con certeza cada paso, sosteniendo el frío y ante todo, esbozaba una sonrisa.
Se angostaba el camino a medida que avanzaba, ya no había asfalto, ni hojas, sino una superficie rocosa y dura, en donde la lluvia ahogaba sus últimos charcos.
Llegó al fin, donde terminaba todo, a un rosedal de finas espinas que rasgaban su ropa dejándolo casi desnudo, indefenso, inerte.
Cruzando el jardín se alzaba una sonrisa de mariposa, sus ojos de mujer, su sol.
Nada fue en vano, el frío se convirtió en sueños y los vientos en canciones. El arco iris naciente recubría su desnudez, dándole el calor de una noche de verano.
Feliz avanzó, hacia quien finalmente lo había esperado en el cielo que ambos habían construido, en su cielo.
La chica sonrió al verlo, lo esperaba. Allí salio el sol.

Lejanía Terminal

Con un pie subiendo y bajando, tal como los vientos que suben la montaña y desencajan en los bosques prematuros, te alejabas por la sombra que la noche había creado. Misma era la noche que nos había acunado en su seno oscuro, escondiéndonos de todo sentimiento ajeno, de toda mirada y voz innecesaria. Noche sin estrellas, pero con miles de estrellas más relucientes y más hermosas, que se hallaban en el interior de tus ojos marrones y profundos. El frío había perforado nuestras manos, lo que dio paso a que las juntemos, en un interminable suceso que aún siento en mis dedos, esas manos que habían calentado las mías en el momento más duro de la noche. Quizás el momento más duro no fue ese, sino que hubo otro peor. ¿Habrá algo peor que el verte partir, sin que sea yo quien te acompañe? ¿Habrá algo peor que saber que no te volverás a cruzar en el camino que me lleve indiscutiblemente a la muerte? Muerte a la que me enseñaste no temer, hasta apreciarla como uno de los hechos más necesarios y naturales, como el nacer, como el amor.
Y te vi partir, un árbol tiró sus últimas hojas sobre lo que era ya un rostro destruido, lleno de cicatrices de frío y vientos. Pensarán, al igual que yo: “¿Cómo es posible que un rostro que haya tocado el suyo, puede alguna vez volver a ser humano, mortal?”
Me respondí al instante, viéndome desfallecer ante su partida, sentir que cada paso que daba, alejándose (Lejanía Terminal) se clavaba en mí, cual estacas en mis ojos y en mi pecho.
¿Y sus ojos, y su pecho? ¿Y su piel? No fue difícil mantener esas imágenes en mi memoria, ese tacto en mis sentidos. ¿Se irán algún día? Lo dudo. Cada rayo de sol marca mi piel con el calor que sólo su mejilla me había dado, cada amanecer veo sus ojos levantarse por el horizonte, cada tierra, cada arena que se cruza en mi camino es similar al sentir de su piel, natural, pura. ¿Y su pecho? No, no lo he olvidado, nunca lo haré. Aunque hoy no pueda describírselos, tampoco mañana. Amé ese latido de sangre y corazón y vida chocando contra mi pecho, y tus manos en mi pecho también, luego rodeando mi cuello, abrazándome tan fuerte como si nunca fueras a soltarme, nunca.
Pero seguiste tu camino, bajo el árbol y la noche y las estrellas del cielo que se escondían, que te escondían.
Recuerdo ahora un tango que me dijo una vez, no sin razón: “Por aquellos ojos brujos, yo habría dado siempre más ”.

¿Te dispones?

"- ¿Te dispones a levantarte, noche a noche, a darme el vistazo de luna que me hace falta?" - Preguntaba la mujer, roja en su timidez, la primera vez que lo vio a los ojos.
"- Imposible", replicó el hombre, que se sorprendió al ver una mueca de desilusión en su interlocutora.
"- No puedo prometerte que me levantaré, que vaya a dejar la cama y la almohada siquiera unos segundos."
Ante tal respuesta, humillada la niña en su amor, no tuvo más que irse despacio y por la sombra, sollozando sus sueños desarmados, hasta que escuchó un grito y volteó la cabeza.
"- Si ya tienes mi mano atada a tu mejilla, mi boca a tu boca. Si ya tienes mi corazón atado a tu pecho y mi cintura a la tuya. ¿Cómo pretendes que te deje a medianoche? Tengo hacia ti un abrazo eterno, hacia tus sueños y tu alma. ¿Podría alguien separarse, aunque sea unos segundos de tus manos?
Discúlpame amor, pero no podría cumplir tal deseo, sin faltar a mi palabra cuando te dije que ya nunca, nunca me iría de tu lado."

Viajar a la luna

Viajar a la luna

Viajar a la luna,
Como dos nubes irnos con el viento.
Viajar a la luna,
Impulsados por un verso azul

Y coles brotan, y poemas y canciones
Y besos son los que vuelan con nosotros
Días de ojos cerrados, y manos juntas
Siendo testigos de nuestra felicidad.

Viajar a la luna
Siendo alas de tu vuelo
Ser sustento de tus días
Ser la noche que cae, pesada en tus ojos

Viajar a la luna
Siendo estrellas para tu sueño
Para que descanses en mi pecho
Con tu cabello rozándome, tal como el viento en tus mejillas.

¿Qué más puedo pedir?
Más que ser escudo en la tormenta,
Pero compañero en las lluvias
Y agua de tus sedes, mar de tus navíos

Viajar a la luna
Desde la costa en un barco de sirios
Con tu pecho de cubierta
Para ver el sol de cerca.

¿Qué más puedo pedir?
Sino que vayamos juntos a la luna
Y recorrer las estrellas y satélites
Pequeños ecos de tus ojos

¿Qué más puedo pedir?
Viajar juntos a la luna
Con tus ojos como nubes
Con tu cabello, rozando mi pecho.

jueves, 23 de junio de 2011

Sobre estrellas y muerte

Obra teatral en tres actos, el primero dividido en dos escenas.


PERSONAJES:
- JUAN
- LAURA (Difunta novia de JUAN)
- ANA (Amiga de JUAN)
- PAULA (Amiga de JUAN)
- SOFÍA (Amiga de JUAN)
- ENRIQUE (Amigo de JUAN)
- DANIEL (Amigo de JUAN)
- SILVIA (Dueña del bar “La Colmena”)









Acto primero
Escena I

En el bar “La Colmena” habitual de jóvenes músicos y poetas. Se encuentran pocas mesas ocupadas. Por la izquierda se observa una ventana que vuelca la luz del sol. Las mesas son de una madera manchada y las paredes obscuras. A la derecha una pequeña barra que es también usada de mostrador. El lugar se encuentra a media luz. Al centro un par de jóvenes conversan sentados. Ocupan también la mesa una botella y dos vasos.

(En escena DANIEL y ENRIQUE, luego se suman ANA y PAULA)

DANIEL: Es que te repito, todavía no lo puede creer. Fue tan impetuoso el golpe para él que el llanto le brota de momento a momento. ¿Te acordás el estado de shock en el que lo encontramos?
ENRIQUE: Es uno de los pocos momentos que de seguro registraré para siempre. Estaba pálido, tan blanco como las nubes y casi ni parpadeaba. Las horas que habría pasado mirando esa pared antes que acudiéramos al lugar.
DANIEL: La familia de ella estaba devastada también. ¿Quién se lo podía imaginar?
ENRIQUE: Juan dijo algo a la pasada, algo como: “Y no la pude salvar, no pude”. Al principio creí que el quizás sabía algo de antemano sobre la enfermedad, y no se lo contó a nadie. Pero quien sabe, como el recuerdo va a morir conmigo, esto quizás se lo lleve Juan hasta sus últimos días. Aunque no descartes, será un tormento.
DANIEL: Y justo en invierno. El frío nos congelaba a todos las sienes el día del entierro, pero las de Juan estaban todavía golpeando con todo el esplendor de quien piensa que hacer en un momento así. Al final solo se permite llorar sus penas solo.

(Por la puerta del fondo entran PAULA y ANA, que rápidamente divisan la mesa y se acercan)

ANA y PAULA a coro: ¡Poesía y libertad!
ENRIQUE: ¡Y el mas puro de los astros! (Levanta su vaso en señal de festejo)
ANA: ¿Qué es esa cara Daniel?
ENRIQUE: Estábamos hablando sobre Laura.
ANA: Veo que no somos las únicas afligidas.
ENRIQUE: ¡Silvia, acerca dos cervezas mas!

(Aparece SILVIA por detrás de la barra, se la observa llenar los vasos. Los lleva y mientras saluda se retira)

PAULA: Y pensar que la quería tanto. Pobre Juan. ¿Dónde estará ahora?

Cae el telón

Escena II
Mismo bar. Por la ventana se observan las primeras hojas otoñales. Todas las luces están apagadas y las mesas han sido ocupadas. En el escenario del fondo un joven lee poesía.

(En escena DANIEL, ENRIQUE, SOFÍA, PAULA Y ANA. Luego se suma JUAN.)

DANIEL: ¿Donde esta Juan?, no lo he visto en todo la tarde, y ahora que lo pienso tampoco estuvo en las clases de la mañana.
ANA: Ya aparecerá. Últimamente se siente mejor solo, escribiendo sus versos melancólicos, encerrado en su departamento ¡Pobre Juan!
SOFÍA: ¿Qué le ha pasado?
ANA: Laura. Hace unos meses que murió ya, y el pobre no para de llorarle a su foto. La ha estado extrañando minuto a minuto. La dibuja y le escribe y la sueña y la piensa. Horas pasa imaginando nuevos días, nuevas aventuras.
SOFÍA: Si, tuve algunas noticias. ¿Un accidente cerebrovascular?
ENRIQUE: Al parecer así fue. El sol creció en la ventana y ella se encontraba en el piso, inerte
ANA: Y desde entonces Juan sale poco, tenemos suerte si lo vemos aquí una vez por semana.
PAULA: Pensar que antes pasábamos todos los días acá.
ANA: Antes, otros vientos soplaban antes y es posible que nunca regresen. Otras flores crecían y eran otros quienes las miraban. Pero para Juan, el antes es tan solo un cúmulo de recuerdos y caminos que lo llevan siempre al destino común de todos sus pensamientos: Laura.
DANIEL: Antes, antes…

(Entra Juan por la puerta del fondo)

ENRIQUE: !En alto ese semblante muchacho!
JUAN: El abismo que oculta mi sonrisa se hace día a día mas grande, y hora a hora mis penas crecen bajo un cielo que ya no tiene estrellas para mi. ¿Por qué voló la paloma fuera de su nido? Si es que este era en realidad su nido. ¿A quien debo el costo de las alas de mi amor?
PAULA: Todo abismo oculta algo en lo oscuro de su fondo, y todo cielo tiene nubes, que ocultan a veces sus estrellas. Pero el abismo se pude iluminar, y las nubes se llueven, tarde o temprano.
JUAN: Mi abismo oculta solo mas abismo, mas oscuridad y tristeza, y no hay nada ya en su fondo. Y la nada se llena solo con recuerdos, con lágrimas.
DANIEL: ¡Silvia! Una cerveza para que aquí el muchacho tenga donde ahogar sus penas.

(Mismos, luego SILVIA)

ANA: Juan, quizás sea tiempo de que busques nuevas distracciones. Alguna otra mujer, quizás.
ENRIQUE: Si, por favor. Así terminan los llantos nocturnos que no me dejan dormir. ( Sonríe poniendo énfasis a su tono de broma)
SILVIA: No, que con mas mujeres tendrán que cargarlo borracho cada noche. Y quien sabe a que otras distracciones pueda caer si las mujeres quedan descartadas.
JUAN: No habrá penas nuevas mas que estas, flechas eternas e inamovibles. No existirá remedio ni cura, ningún cáliz podría llenar su espacio. Quisiera que las alas que lleva el amor fuesen para la tristeza, y así que vuelen lejos de mis dais.

(sale SILVIA por la izquierda hacia la barra donde permanece)

Mismos menos SILVIA

ANA: ¿Por qué sigue ella siendo el timón de tu vida, Juan?
JUAN: Si lo averiguas confíaselo a mi espíritu, que no me deja en paz de sol a sol con la misma pregunta.
DANIEL: Era muy bella.
JUAN: Pero había algo mas. Es cierto, era bella. La mas bella de todas y cosa que mis ojos no verán nada igual. Porque los astros a su lado se convertían en satélites, ya que no podían mas que reflejar su luz, y las flores eran solo miserables yuyos, comparadas con el rojo hermoso de sus mejillas.
DANIEL: No olvides, querido Juan, aun así sale el sol. ¿No lo ves? Las hojas del otoño caen, como el año anterior y como lo harán el siguiente. Todo sigue su rumbo, debes poder avanzar. Debes darle libertad a tus ojos, para apreciar toda la belleza que aun sigue en el mundo.
JUAN: No hay belleza fuera de ella. Tampoco mundo. Cualquier sol que vea de aquí en adelante sabré que es falso, que es tan solo una maqueta que emula ser su sombra, la suela de su zapato. Nada se le parece.
(Se apagan todas las luces y se oye un canto)

La más bella princesa
Es también la más bella flor
Se ha ido de sus brazos
Se ha escapado hacia el sol

La más bella princesa
Es también la más bella flor
Ya no crece en este mundo
Se ha escapado hacia el sol
Telón

Acto segundo

Una habitación a media luz. La cama destendida sobre la izquierda y un fondo oscuro indicando la nocturnidad. Se observan libros desparramados por el suelo. JUAN se halla de piernas cruzadas, sentado sobre la cama leyendo en voz alta.

(En escena JUAN)

JUAN: Del cielo cayo una estrella
Una estrella blanca y llena
Cayo sobre mi cama
La mas bella de la estrellas

De la noche pura y sincera
De lo lejos, de allí cayo la estrella
De donde nace el sol y crecen los astros
De lo lejos, de allí cayo la estrella

Y del cielo donde habita el sol
Se vio morir a la estrella
No sin llanto murió
No sin llanto que la siguiera

¿Fallecí yo o fueron mis penas?
En el momento que cayo la estrella
Si mis penas forman parte de mi
Desde que el cielo perdió su encanto

Y así como mi cielo murió
Y la lluvia taladra mi espalda
¿Dónde habrá un arco iris que anuncie tu llegada?
Lluvia eterna, la que borra tus pisadas

Y no volverás, estrella. Ya nunca volverás.

(JUAN se recuesta sobre la cama y se duerme)

Acto tercero

Fondo totalmente blanco, emulando el cielo. Se observa a JUAN dormido en un costado. LAURA, con ropas blancas y celestes se mantiene suspendida delante de El.

(En escena, LAURA Y JUAN)

LAURA: Levántate Juan, levántate.
(JUAN abre los ojos y se asusta. Intenta hablar mientras se arrastra hacia atrás)
LAURA: No lo olvides Juan, siempre te acompañare, siempre estarás en mi.

(Comienza a caer lluvia simbolizando la pureza y la alegría, JUAN se levanta y la abraza. Se oye por detrás un canto de violines.)

TELON

lunes, 21 de marzo de 2011

Toque de queda

Dabas vueltas por la mesa, impaciente, sin saber que hacer, qué decirme. Tampoco alzabas la vista, temías encontrarte con la mía, posada en ti, con los ojos rojos de enojo, de odio hacia algo que aún no conocía.
Sin más, abriste la puerta y observaste: Las casas. El sol se ocultaba tras ellas, como también lo hacían sus habitantes, cada segundo contaba, y no se desperdiciaba ninguno.
Pasaban los minutos, seguías observando, teniéndome a tu lado, sin abrazarte, pero sabiendo que nuestras mentes habitaban el mismo espacio, buscando chocar y encontrarse más aún, mágicamente, hablando un idioma, que quizás sólo nosotros conocíamos, con palabras nuestras, y gestos y miradas, y sentidos.
La calle se vio vacía, vacía y obscura. Las luces habían sido quitadas y la luna, no alcanzaba sino más que a alumbrar parte de tu rostro, que se mostraba seguro, pero a la vez temeroso. Tus ojos expresaban tus dudas, pero tu voz no se quebraba al hablar.
Dijiste algo del destino, de la justicia y otras tantas que no escuché, mis oídos se encontraban en el silencio de las calles, en ese silencio diario que atormentaba nuestras vidas y nos arrastraba a lo monótono de sabernos encerrados por horas, sin más salida que estas cuatro paredes.
Saliste por atrás, para evitar los controles habituales de calles como la nuestra.
Prendí una vela y me dispuse a esperar, pasaron las horas y la vela se apagó. El sol salía por el este y no habías vuelto, lloré lágrimas gruesas, de derrota predecible, sobre el café que se enfriaba en mi mano temblorosa. Volví a prender una vela, esta vez al lado de tu foto. El toque de queda había sido violado.

“Un mundo tan monótono como cuadrado. Ver mas allá es como violar el toque de queda. Es casi imposible ser diferente”

domingo, 13 de marzo de 2011

La lluvia de sus noches

Corres, alguien te persigue, no puedes verlo, pero sabes que está ahí.
Llueve, demasiado como para sugerirte un camino. Te toman por la pierna, no puedes escapar. Se acerca otra sombra.
Te habla, es una voz odiosa, poco común. La voz es la de un Dios pequeño, no sabe todo, pero sí muchas cosas. Te conoce. Vuelve la primer sombra. Te arrastan a las sombras. Dolor.

Por fin despierto.
Llueve, tu sombra está en la pared, pero ya no me sorprendo, te revivo cada noche, te invento a mi lado, busco que estés ahí.
No he dormido bien los últimos tres años, ¿Por qué iría a afectarme ahora?
Sin embargo tu sombra sigue ahí, y no enloquezco, pero sé que estás ahí, queriendo estar ahí, sabiendo mi deseo de que estes ahí.
Pero no estás, no estás ni aquí ni allá, ni en la lluvia, ni a mi lado, ni en el centro de la cama, tampoco en la sala ni en la cocina, sólo estás en mi sueño, corres, te alcanzan y dolor, dolor y sombras, dolor y voces, y voces y penumbra, lluvia.
El café no es suficiente, ya nada es suficiente.
Ahora tu cuerpo es de sombras, de lluvia y de cielo, pero también de seda, de seda suave y fina, que me desvela hasta el amanecer.
Afuera llueve, de las penumbras se oye tu voz de dolor, tus gritos, tus pasos, otra voz que sabe todo. Esta imagen me persigue, me sueña y me come día a día, pensando en dónde estás, en dónde está tu suerte.
Camino en la lluvia, sin paraguas, lo dejaste abandonado aquella noche. Me purifica, me siento liberado de tu espíritu, él se encuentra seguro, bajo la alfombra, bajo la cama, no recuerdo bien.
Espero frente a tu puerta, que ya no es tu puerta, ya no estás aquí, ni allá, pero a la vez estás allá, sí, allá, en donde te sueño y te recuerdo.
Se abrió la puerta, la mujer lleva un paraguas, sale de tu casa, de la que fue tu casa.
Corro, la alcanzo, le grito.
Callejón obscuro.
Desapareces, nuevas noches, otros sueños.

martes, 15 de febrero de 2011

Tu amor

Mi amor era ese lunar en tu pecho, esa sonrisa inevitable
Mi amor era ese abismo en tu sonrisa, ese salto que nunca pude dar.
Mi amor era la vuelta que daba tu cabello antes de caer en mi mano, era ese abrazo antes de partir.
Mi amor era un beso en la mañana, un te amo y hasta luego.
Mi amor era tu mirada, pura, imprecisa.
Mi amor era tu silencio, fríamente cruel y calculado.
Mi amor era tu risa, penetrante, poderosa.
Mi amor era mi verdad, mi único salvamento.
Mi amor era tu verdad, tu único salvamento.
Mi amor eras vos, mi amor era puro, mi amor era de colores, de música y baile, de aromas otoñales, de ventisca primaveral, de frío invernal.
Pero también mi amor era verano, era mar y tormenta, lluvia lenta, mirada cansina.
Pero sin embargo, sólo Tu amor importa.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La mala suerte vino después

Cruzaba la ruta con los ojos cerrados, tan sólo superstición creo. Me decía: “Si paso acá, todo va a andar bien”, pero claro, siempre se me escapaba un ojo cuando se escuchaba el primer bocinazo, por más lejano que fuera, y entonces me dolía el pecho, se me enfriaba el cuerpo y tenía que mirar, trampa de chicos no más. Pero yo pisaba el otro lado de la ruta y era feliz, ignorando, claro, el hecho de haber abierto los ojos, ya que esto le quitaba méritos a mi logro.
Esa era mi costumbre, mi superstición, mi cáliz sagrado que me daba fuerzas, que me hacía sentir afortunado y me llenaba de un embriagador sentido de superioridad ante el destino.
Pero ese día fue distinto, rato después sabría por qué, pero al cruzar la ruta (Recurso cotidiano para llegar al pueblo) esta estaba desierta, era lunes, recuerdo, y la ruta estaba desierta.
Pasé con los ojos cerrados, instintivamente, pero a mitad de lo que yo creía mi senda gloriosa, oí ese chillido de freno maquinal y seco, oí una bocina, oí el impacto, lo sentí, lo llore, pero abrí los ojos, estaba sudando, nervioso, con la mirada dura y seca en la nada, como pegada con cinta, inútil de cerrarse. No había nadie, nada, no había auto, no había freno, no había sangre. Tampoco había nubes, lo cual era raro en aquel Julio tan opaco.
Al fin llegué al otro lado, pero esta vez, a deferencia de tantas otras, era consciente de que había abierto los ojos, de que había quebrantado el hechizo, de que ese cáliz, por más mágico que hubiese sido, se había volcado. Me sentía desprotegido, ya no era dueño de mi destino, naturalmente nunca lo fui, pero ese día era distinto, ese día estaba consciente de aquello y estaba triste, me sentía solo, vacío de suerte.
Camine rápido, por las dudas, estaba tenso, atento a los pocos ruidos que poblaban las calles de aquel Julio, de aquel lunes 12 de julio, de aquellas diecinueve horas que habían pasado ya de aquel día.
Pensé en vos mientras caminaba, tu sonrisa, no sé, me tranquilizaba, me contagiaba. Pensé en tus ojos, tu mirada dulce cedida al final de cada beso, de cada abrazo. Tu mirada era hermosa, siempre te lo dije.
Pero siempre me había cautivado tu voz, siempre había hecho en mí un laberinto indescifrable, buscaba en tu voz la felicidad, siempre lo hice. Tu voz tenía algo. Cualquier sonido provenido de cualquier persona era nada, pero puesto en tus labios, puesto en tus labios era magia, era historia y poesía a la vez. Quisiera describirla, pero no puedo, quizás lo que más se le acerque es el término de ángel mortal, pero ni eso llega a decir lo que en realidad es tu voz, como ya dije, era indescifrable y por lo tanto no hay descripción aceptable, nunca la habrá.
Llegué a tu casa alrededor de las 20:00, vivías lejos, o yo vivía lejos, no va al caso. Estabas dormida, preciosamente dormida, pero el aire estaba raro, nadie lo notaba, yo si.
Sofía me sirvió un café, que estaba frío, como es de esperar de una persona tan poco paciente como Sofía, que siempre me respondía lo mismo cuando le reprochaba casi en chiste que con la temperatura que tenía ese café se podía enfriar a un hincha de River después de perder un clásico por 3 a 0 : “Perdón, - decía riéndose - me canso de esperar”.
Me consultó si despertarte sería una buena idea, respondí que no, como ya lo había averiguado tantas veces, pero además, el mayor motivo fue tu belleza, estabas hermosa dormida, cubierta con esa capa rosa que tenías por acolchado, y ese pelo enrulado y precioso que descendía hasta los puntos mas recónditos de tu espalda. Me gustaba tu pelo, siempre te lo dije.
Apurando ese mal llamado café me despedí de Sofía, y ella siempre con su sonrisa desbocada me saludó alzando la mano. Siempre tan colorida Sofía, quién creería verla de negro aquel miércoles. Nunca más la vería así, nunca mas la vi. De vos me despedí con un beso en la mejilla, y apenas lo notaste, te moviste, como quien esquiva a la gente en medio de la calle Corrientes. Le dije a Sofía que cuando te despertaras pasaras por casa, como habíamos acordado. Y ahí es donde entra la culpa.
Salí caminando, lento, el día seguía algo raro, yo seguía desprotegido, inválido, vacío de suerte.
Alrededor de las 10:00 me despertó el teléfono, sabia que era Sofía, y en efecto, Sofía habló.
Parece que no escuchaste la bocina, ni el freno, ni lo notaste en el aire ni en los ruidos. Ibas con los ojos cerrados. No los abriste.
Nunca más pude volver a cruzar la ruta, no podía cerrar los ojos, me sentía desprotegido, vacío de suerte como aquel día, como aquel lunes 12 de julio pero, en fin, la mala suerte vino después.

martes, 10 de agosto de 2010

Tres veces triste.

Siento el vacio existencial
Parecido a la muerte quizás, no lo sé.
Tu silencio corta,
La herida duele, sangra, sangra.
Ya no sé qué más puedo hacer, ya no lo sé.
La absurda paranoia me corrompe,
Hurga dentro de la vida misma buscando su rincón.
El vacío sigue, se extiende poco a poco, poco a poco.
Triste, tres veces triste.
Tres veces que son cuatro, o cinco.
Quizás seis, quién sabe.
El silencio abunda,
rebalza mi copa,
enfría mi sangre,
me lleva cada vez más a la locura,
¿Se llamará locura?
No tiene el tinte
O quizás sí, no lo conozco.
Nunca estuve loco,
O quizás sí.
Tres veces triste.
Tu boca no se mueve,
Tu silencio corta,
La sangre brota,
Tres veces triste.
O quizás cuatro, sí, cuatro veces.

sábado, 3 de julio de 2010

Impactos


Me impacta tu sonrisa insatisfecha,
Tu creciente respiración de un cansancio descontento.
Me impacta tu mirada rojiza,
Tu odio está distribuido equitativamente en cada ojo.
Me impacta tu ver tu mano temblorosa,
Tu cara blanca y tus pies inquietos.
Me impacta tu puñal,
En el pecho, luego en el corazón.
Me impactan los segundos que sigo vivo:
Uno, dos, tres.
Me impacta el golpe de mi cabeza contra el suelo
Aunque primero cayeron las manos.
Me impacta mi misma sangre,
Que desde su charco moja mi mejilla contagiándole su color.
Me impacta nuevamente tu puñal.
una, dos y hasta tres veces hundido en mi cuello.
Me impacta tu sonrisa,
Ahora satisfecha.

domingo, 25 de abril de 2010

Dulces sueños, dama de otro mundo.



Apenas distinguía tu rosado rostro, escondido bajo un velo de luz, que entraba por las ventanas del amanecer.
Dormías profundamente, soñabas. Soñabas y a la vez sonreías, quizás te sentías paloma, o duende. Quizás esa sonrisa era un telón, una mascarilla que ocultaba tu peor pesadilla, tu miedo infantil, un viento que no te dejaba avanzar.
De repente balbuceaste unas palabras, o intentaste hacerlo. Al rato lo repetiste dos o tres veces, deduje que dijiste algo como hojas. Tal vez soñabas con aquella vez que visitamos aquel bosque en otoño, ¡Ah! Como caían las hojas de todos colores, parecía que ese rojo y amarillo brotaba del suelo. El viento las convertía en peregrinas, llevándolas de un lugar a otro, de punta a punta del bosque, acompañándonos al caminar.
Luego moviste tu pie izquierdo, tu hermoso, perfecto y suave pie izquierdo. Parecía que querías correr, para que no se te aleje el sol, una nube, o el primer tren de la mañana que nunca llegabas a tomar. Sin darme cuenta, tu pie derecho comenzó a moverse también. Ese pìe derecho que reunía cualidades dignas del pie izquierdo. Ahora no perseguías un tren, o al sol, sino que corrías en un parque floreado, donde el rocío humedecía tu descalzo caminar. Olías las rosas, y ellas, vestidas de gala con su mejor color, te regalaban un tango, un vals, un candombe tropical.
Se me hacía tarde, lo sabía, perdería el tren que te he visto miles de veces perder. No podía dejar de mirarte, de soñar despierto con tu sueño dormido, de especular con las señales que me dabas.
Abro la puerta suavemente.
-Dulces sueños, dama de otro mundo.

Antes los caníbales usaban pieles. ¿ahora quien las usa?


¡El viento empezará a soplar! Gritaban desde la popa. Pero nosotros, más optimistas, (por eso viajamos en la proa, siempre al frente y con buena vista al mar) dejamos que sus reclamos se perdieran en las olas que crecían aceleradamente.
Por la noche compensó la lluvia, suave, sumisa y ligera. El primer golpe llegó a las 07:00 hs.
El barco sufrió un sacudón arrojando al suelo parte de la asombrada tripulación.
Por el lugar donde naturalmente crecen las primeras bocanadas de sol, se observaba una nube tras otra, tras otra, como un pequeño enjambre de manchas grises.
Y casi en amistad complementaria con los tripulantes de la popa, (que continuaron su reclamo) el viento comenzó a soplar. En cambio, en la proa, (siempre fieles a nuestro optimismo) opinábamos que unas gotas no hacían mal a nadie, todo pasara. ¿Realmente lo creíamos?
El segundo, tercer y cuarto sacudón fueron simultáneos. Casi perdemos a un hombre, por suerte se aferró del barandal antes de caer junto con las cajas y redes que ya flotaban en el turbio mar. Nos asustamos tanto, que ingresamos al bote con una rapidez casi deslumbrante.
El clima era de tensión, la cual aumentó cuando nos dimos cuenta de que uno de los ayudantes de cocina (nadie sabía su nombre, estábamos a sólo dos días de haber comenzado el viaje y él era nuevo, creo) faltaba.
Debe estar en el estómago de un tiburón, acotó uno de la popa, confiándose en su pesimismo. Para desmentirlo y cambiar las caras, me propuse ir a la proa a buscarlo antes de darlo por muerto, y así lo hice. A breves momentos me encontraba a merced de la tormenta buscando al joven que no contestaba mis llamadas. Empezó a decaer mi optimismo.
De repente, una ola, quizá la mas grande que haya visto, golpeó el barco. Me asusté. Juro que me asuste, me maldije por haber subido a ese barco, luego caí, sí, en ese orden, aunque la caída fue el hecho más desagradable de los mencionados.
Debo haber caído en una roca, o golpearme con algo mientras la ola me daba el sopetón, porque cuando desperté me encontré sobre arena, ¡sí, arena!. Me alegré, me alegré mucho y quise levantarme, pero me fue imposible. ¿Qué pasaba? ¿Qué me sostenía? A lo lejos se oían tambores, gritos, algo así como un rito.
Logré darme vuelta sobre las cuerdas que descubrí que me aferraban al suelo, y vi, sí, lo vi todo, los tambores, las personas envueltas en pieles y al joven ayudante de cocina atado a un palo tendido al fuego. Al poco tiempo, los caníbales se acercaron a mí.

sábado, 9 de enero de 2010

viernes, 8 de enero de 2010

Tus ojos de papel mojado.


Tu mirada vacía resumía todo. Lluvia, casi diluvio, caía de tu nebulosa mirada dejando en claro la agonía que sufrías, esa tristeza de noche sin luna, esos ojos de papel mojado.
Insensatamente trataba de alejar tu pensamiento, pero esa fotografía era atrapante, ese rostro feliz y tranquilo que había en la foto, semidormido en una plaza del centro, era lo único que necesitabas para desatar tu desconsuelo.
Tu hermano, ese muchacho de tan sólo 20 años, de buen presente y próspero porvenir, de voz calmada y simpatía desbordante, ese mismo joven es el que hoy recordabas y llorabas incansablemente.
Esa foto fue tomada días antes de que la enfermedad atacara. Por entonces tú también eras feliz, vivías la vida a un ritmo únicamente tuyo, soñabas con que algún día vivamos juntos, en un pequeño departamento de un piso 6,en un típico edificio de barrio. Hasta que aquella tarde de un Junio lluvioso, casi sin darnos cuenta, el ángel de la muerte estaba entre nosotros. No sé cómo no lo notamos, el debilitamiento, la falta de color en la piel y una fiebre ardiente eran síntomas de una catástrofe, no sé cómo no lo vimos.
Y tan rápido como oscurece el día, sus ojos se cerraron, y su cuerpo, tosco por la falta de vitalidad, se cansó de luchar contra la corriente.
Desde entonces tu vida perdió su rumbo, te entregaste a la fantasía y el recuerdo sin dar señales de oposición. Te volviste monótona, con tu fiel rutina de ir a ese trabajo que tanto odiabas, volver a casa y decaer en un sillón mirando a la nada, sabiendo que él estaba ahí, pero sólo tú lo veías.
Tardes como la de hoy se notaban a diario, fija frente a un retrato de lo eterno. Pero sufrías, incontables veces sufrías.
Finalmente decidí esconder el retrato, sin imaginar que te descontrolarías, te desesperaste al no ver a tu hermano, al no encontrar en sus ojos un consuelo.
Finalmente desististe, tomaste la decisión de saltar al vacío para verlo nuevamente. Tu cabeza estalló al llegar al suelo.
Pero tu expresión era feliz. Por fin encontraste el rumbo de nuevo hacia la vida.

martes, 1 de diciembre de 2009

Cancion de Paula


Paula en el camino espera
Espera que la vayan a buscar.
Esta cansada de estar tan sola
Y un mundo nuevo quiere encontrar.

La única flor en todo el camino
Sentada sobre las vías ella está.
Ya no nace en primavera, ya no mira con amor
Es que está buscando, buscando algo mejor.

Paula no te vayas
Espera un poco más,
El sol ya está muy cerca
Sólo tienes que aguantar

Tren a la cuidad.


Maria se despide a media noche,
Está oscuro y ella deja la cuidad.
Toma en tren y en su valija
Guarda su sonrisa un par de meses mas.

Sus ojos ya no miran fijamente
El sol la encandiló por última vez.
Triste pero casi alegre camina,
Y con sus ilusiones marchitas se va a la gran ciudad.

Se fue,
Dejando los recuerdos y falsas esperanzas.
Se fue…
Buscando entre estaciones un futuro no tan gris.

Mira en la ventana
Y encuentra el pueblo que la vio nacer.
Parpadea y está sola,
Buscando un lugar en el tren.

Se fue,
Dejando los recuerdos y falsas esperanzas.
Se fue…
Buscando entre estaciones un futuro no tan gris.

El sufriente
Mi estómago se retuerce
en las entrañas del dolor.
Temo una explosión inminente.
No creí al dolor humano tan real, tan verdad.
No creí a la vida misma sumamente turbia.
Hoy, simplemente preocupado por el porvenir,
ya no creo en mí.


Confesiones


Dolor suspendido ante el vacío
vías que no llevan a ningún lugar.
Ocasos se depositan bajo el monte
del otro lado nace la luna
y a mi izquierda estás tú.
Pero ya nada importa,
la voluntad cede ante el deseo.
En instantes te confesaré mi amor.

La caja

La caja se llena.
El metal se expande.
Dubitativo ante el no saber
decido escapar, rodear el río desbordarte.
Otro error y la caja un poco más llena.
El sol no podrá ayudarnos esta vez.
Donde encontraré una salida,
¿Dónde está?

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