domingo, 25 de abril de 2010

Dulces sueños, dama de otro mundo.



Apenas distinguía tu rosado rostro, escondido bajo un velo de luz, que entraba por las ventanas del amanecer.
Dormías profundamente, soñabas. Soñabas y a la vez sonreías, quizás te sentías paloma, o duende. Quizás esa sonrisa era un telón, una mascarilla que ocultaba tu peor pesadilla, tu miedo infantil, un viento que no te dejaba avanzar.
De repente balbuceaste unas palabras, o intentaste hacerlo. Al rato lo repetiste dos o tres veces, deduje que dijiste algo como hojas. Tal vez soñabas con aquella vez que visitamos aquel bosque en otoño, ¡Ah! Como caían las hojas de todos colores, parecía que ese rojo y amarillo brotaba del suelo. El viento las convertía en peregrinas, llevándolas de un lugar a otro, de punta a punta del bosque, acompañándonos al caminar.
Luego moviste tu pie izquierdo, tu hermoso, perfecto y suave pie izquierdo. Parecía que querías correr, para que no se te aleje el sol, una nube, o el primer tren de la mañana que nunca llegabas a tomar. Sin darme cuenta, tu pie derecho comenzó a moverse también. Ese pìe derecho que reunía cualidades dignas del pie izquierdo. Ahora no perseguías un tren, o al sol, sino que corrías en un parque floreado, donde el rocío humedecía tu descalzo caminar. Olías las rosas, y ellas, vestidas de gala con su mejor color, te regalaban un tango, un vals, un candombe tropical.
Se me hacía tarde, lo sabía, perdería el tren que te he visto miles de veces perder. No podía dejar de mirarte, de soñar despierto con tu sueño dormido, de especular con las señales que me dabas.
Abro la puerta suavemente.
-Dulces sueños, dama de otro mundo.

2 comentarios:

  1. Esta muy buenoo chee!

    todo esto lo escribis voos ?

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  2. Jajajaj gracias che!, sisi esto lo escribo yo por desgracia.
    mcuha suerte!

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