lunes, 21 de marzo de 2011

Toque de queda

Dabas vueltas por la mesa, impaciente, sin saber que hacer, qué decirme. Tampoco alzabas la vista, temías encontrarte con la mía, posada en ti, con los ojos rojos de enojo, de odio hacia algo que aún no conocía.
Sin más, abriste la puerta y observaste: Las casas. El sol se ocultaba tras ellas, como también lo hacían sus habitantes, cada segundo contaba, y no se desperdiciaba ninguno.
Pasaban los minutos, seguías observando, teniéndome a tu lado, sin abrazarte, pero sabiendo que nuestras mentes habitaban el mismo espacio, buscando chocar y encontrarse más aún, mágicamente, hablando un idioma, que quizás sólo nosotros conocíamos, con palabras nuestras, y gestos y miradas, y sentidos.
La calle se vio vacía, vacía y obscura. Las luces habían sido quitadas y la luna, no alcanzaba sino más que a alumbrar parte de tu rostro, que se mostraba seguro, pero a la vez temeroso. Tus ojos expresaban tus dudas, pero tu voz no se quebraba al hablar.
Dijiste algo del destino, de la justicia y otras tantas que no escuché, mis oídos se encontraban en el silencio de las calles, en ese silencio diario que atormentaba nuestras vidas y nos arrastraba a lo monótono de sabernos encerrados por horas, sin más salida que estas cuatro paredes.
Saliste por atrás, para evitar los controles habituales de calles como la nuestra.
Prendí una vela y me dispuse a esperar, pasaron las horas y la vela se apagó. El sol salía por el este y no habías vuelto, lloré lágrimas gruesas, de derrota predecible, sobre el café que se enfriaba en mi mano temblorosa. Volví a prender una vela, esta vez al lado de tu foto. El toque de queda había sido violado.

“Un mundo tan monótono como cuadrado. Ver mas allá es como violar el toque de queda. Es casi imposible ser diferente”

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