domingo, 25 de abril de 2010

Antes los caníbales usaban pieles. ¿ahora quien las usa?


¡El viento empezará a soplar! Gritaban desde la popa. Pero nosotros, más optimistas, (por eso viajamos en la proa, siempre al frente y con buena vista al mar) dejamos que sus reclamos se perdieran en las olas que crecían aceleradamente.
Por la noche compensó la lluvia, suave, sumisa y ligera. El primer golpe llegó a las 07:00 hs.
El barco sufrió un sacudón arrojando al suelo parte de la asombrada tripulación.
Por el lugar donde naturalmente crecen las primeras bocanadas de sol, se observaba una nube tras otra, tras otra, como un pequeño enjambre de manchas grises.
Y casi en amistad complementaria con los tripulantes de la popa, (que continuaron su reclamo) el viento comenzó a soplar. En cambio, en la proa, (siempre fieles a nuestro optimismo) opinábamos que unas gotas no hacían mal a nadie, todo pasara. ¿Realmente lo creíamos?
El segundo, tercer y cuarto sacudón fueron simultáneos. Casi perdemos a un hombre, por suerte se aferró del barandal antes de caer junto con las cajas y redes que ya flotaban en el turbio mar. Nos asustamos tanto, que ingresamos al bote con una rapidez casi deslumbrante.
El clima era de tensión, la cual aumentó cuando nos dimos cuenta de que uno de los ayudantes de cocina (nadie sabía su nombre, estábamos a sólo dos días de haber comenzado el viaje y él era nuevo, creo) faltaba.
Debe estar en el estómago de un tiburón, acotó uno de la popa, confiándose en su pesimismo. Para desmentirlo y cambiar las caras, me propuse ir a la proa a buscarlo antes de darlo por muerto, y así lo hice. A breves momentos me encontraba a merced de la tormenta buscando al joven que no contestaba mis llamadas. Empezó a decaer mi optimismo.
De repente, una ola, quizá la mas grande que haya visto, golpeó el barco. Me asusté. Juro que me asuste, me maldije por haber subido a ese barco, luego caí, sí, en ese orden, aunque la caída fue el hecho más desagradable de los mencionados.
Debo haber caído en una roca, o golpearme con algo mientras la ola me daba el sopetón, porque cuando desperté me encontré sobre arena, ¡sí, arena!. Me alegré, me alegré mucho y quise levantarme, pero me fue imposible. ¿Qué pasaba? ¿Qué me sostenía? A lo lejos se oían tambores, gritos, algo así como un rito.
Logré darme vuelta sobre las cuerdas que descubrí que me aferraban al suelo, y vi, sí, lo vi todo, los tambores, las personas envueltas en pieles y al joven ayudante de cocina atado a un palo tendido al fuego. Al poco tiempo, los caníbales se acercaron a mí.

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